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El asesinato de mi Padre

Mi padre fue secuestrado, torturado y asesinado por el ejército de Guatemala el Viernes 9 de mayo de 1981. Su cuerpo fue encontrado el lunes siguiente en una zanja a la orilla de la carretera cerca de Cuatro Caminos, en el Occidente del país. Supimos que hombres altamente armados lo interceptaron en su vehículo cuando se dirigía a la escuela en donde trabajaba como Maestro de Educación Primaria. Supimos también que estuvo detenido en la brigada militar de Quetzaltenango a cargo de un militar de apellido Arroyave.

Mi padre fue un intelectual que como muchos durante esos años de represión, expresaba abiertamente su rechazo total por la injusticia y la brutalidad con la que el gobierno trataba a su gente. Mi padre participó en cientos de manifestaciones en contra de la forma sistemática con la que el gobierno intimidaba a cualquiera que se le opusiera. Estos fueron los tiempos de los escuadrones de la muerte que proliferaron durante la presidencia de Lucas García. Cientos de profesionales, intelectuales, estudiantes, padres y madres de familia, hombres y mujeres, fueron llevados a la fuerza de sus casas, de sus trabajos y de las universidades en plena luz del día y con total impunidad. A la mayoría nunca se les volvió a ver. Nosotros fuimos afortunados porque por lo menos pudimos dar a mi padre cristiana sepultura.

A Dios sea la gloria de que hoy por fin, después de 30 años de dolor podemos encontrar un poco de paz y esperanza sabiendo que se ha hecho justicia. Gracias también a todas a aquellas personas que tienen el valor de vivir con convicción firme, y que arriesgan sus vidas para asegurarse de que existan derechos humanos inviolables sin importar nacionalidad ni credo. Gracias a todos y cada uno de esos valientes guatemaltecos que como entidades o individuos han participado activamente en llevar a estos criminales ante la justicia para que paguen -por lo menos en parte- por sus crímenes.

Y a aquellos guatemaltecos que se han vuelto contra su propia gente y que se empeñan en defender y proteger a estos criminales, que Dios se apiade de sus almas y las de sus hijos, porque la sangre derramada reclama y reclamará siempre justicia. La justicia Divina y la justicia del hombre han de encontrarles.

Pero hoy, tomemos un momento para dar gracias por nuestras bendiciones. Celebremos que tenemos esperanza, y que los ojos del mundo están puestos en Guatemala para celebrar con nosotros que he ha hecho justicia. Que Dios bendiga a Guatemala.